Cuando el verbo no ofrece consuelo, el abrazo calma y reconforta.
Dónde la razón fracasa, el dolor y el placer se expresan a través del contacto físico.
El sexo, la lucha, el abrazo, la caricia, el beso o las cosquillas, no son sino locuciones del tacto.
El acercamiento, el roce, la aproximación, la fricción o el vínculo son el paso a paso que comparten la mayoría de estas expresiones. Sin embargo, cada una de ellas posee un carácter indiscutible, una identidad cargada de color y de matices, una personalidad singular y claramente diferenciada.
El vocabulario de la piel es amplio y generoso. Dolor, placer, frío, calor, presión son sólo algunos de los signos codificados.
Sin la percepción que nos proporciona este sentido, caminar se torna casi imposible. Incluso sostener los objetos o utilizar herramientas de cualquier tipo nos resultaría sumamente complicado.
Según sociólogos y antropólogos, la importancia del sentido háptico, y del sistema somatosensorial en general, ha sido tradicionalmente subestimada.
El discurso de la piel es requisito imprescindible para la supervivencia del individuo. La apreciación de las formas, las texturas y temperaturas es uno de sus argumentos más contundentes, pero no los únicos.
El tacto comunica más allá del lenguaje reglado.
A menudo la palabra pierde la batalla en el campo de las emociones pero la piel no admite medias verdades.
Al igual que cuando cerramos los ojos o apagamos la luz recurrimos al tacto para reconstruir la realidad que nos rodea, cuando la palabra falla, no complace o no convence, a menudo la piel toma el relevo y resuelve el conflicto de manera directa y concluyente.
Tacto y piel, te celebramos.